lunes, 14 de diciembre de 2009

La gente sale a cualquier hora...

Gracias a la renovación urbana metódicamente planificada por el gobierno local, Barcelona se había convertido en una ciudad cada vez más incluyente y diversificada tanto en servicios como en oportunidades. Los sistemas de transporte y las redes de servicios públicos domiciliarios funcionaban correctamente. Alfons y Gemma estaban seguros de que muy pronto terminarían de pagar su hipoteca, ya que a ambos les iba muy bien en sus respectivos trabajos. Su piso en uno de los barrios del Poble Nou, era lo suficientemente grande como para empezar sus sueños de convertirse en familia y, además, organizar agradables veladas en compañía de amigos y familiares.
–¿Ya estás lista? –preguntó Alfons. –Recuerda que la reserva está para las nueve y media–. Era una ocasión especial y aparte de no poder llegar tarde, la cena de Navidad de la empresa se venía preparando con bastante antelación. El encuentro con compañeros de oficina, jefes, clientes y proveedores es la oportunidad perfecta para romper las diferencias burocráticas y hacer nuevos amigos y colegas.
El espíritu de aquella época se había apoderado de la ciudad entera. Si perdía un poco de sus brillantes colores y jovialidad por el invierno, que apagaba la vida de frondosos árboles y cerraba el infinito azul del cielo, se remplazaban entonces por las destelleantes luces de alumbrados en edificios y tiendas, últimamente más por estrategia publicitaria que por la verdadera esencia de la navidad. Barcelona se volcaba a sus visitantes, consciente de su esforzada posición como destino turístico y epicentro de una nueva moda en ofertas de ocio. Gemma disfrutaba con las compras en grandes almacenes y tiendas de diseño exclusivo, pero detestaba las interminables colas para pagar y hacerse con tan añorados bienes.
Las calles de la ciudad parecían un espejo roto que distorsionaba los reflejos de las luces de los coches al pasar y multiplicaba la percepción de altura de sus edificaciones. La temporada invernal estaba empezando y la incesante lluvia predecía el frente polar que se avecinaba. No obstante, Barcelona era el destino preferido de millares de visitantes que buscan un par de grados más gracias a su ubicación y a su calidad en infraestructuras. Alfons era un ferviente defensor de la multiculturalidad y de los beneficios de ser capital turística de vanguardia. Su formación como administrador de negocios se delataba en la utilización de terminología financiera. Argumentaba constantemente que la ciudad podría aprovechar el despegue del sector para reforzar su carácter autónomo y por ende, la incentiva a capitales extranjeros. –Tendremos que buscar especificidad en nuestra empresa –afirmaba concluyente ante sus socios de la empresa, mientras comentaban el balance positivo del año que estaba terminando.
Dejaron el restaurante pasadas las doce de la medianoche. Parecía que la lluvia iba a arrasar con quien estuviera a su alcance. Gemma se sorprendía de la obstinación con que la gente salía a la calle, ante una de las tormentas más fuertes de la cual se acordase. Apenas se podía ver un poco a través del mojado parabrisas de su coche, sin embargo al pasar por la Plaza Cataluña se dieron cuenta de que no funcionaban dos líneas de metro y la gente tenía que caminar o tratar de encontrar un taxi bajo el escandaloso fenómeno atmosférico que azotaba la costa sur del continente. Este incidente había obligado tanto a comunes residentes como a sobrecogidos visitantes, a fusionarse en una sola amalgama de culturas en las paradas de autobuses y en los porches penosamente cubiertos de algunos establecimientos. Era una imagen insuperable, similar a una de las innumerables crónicas de algún reportero de magazín internacional. Toda suerte de razas y clases era reconocible: universitarios, turistas de más acá y más allá, parejas en su primera cita, los amigos de la fiesta electrónica, los otros de la punk, inmigrantes de toda índole, familias enteras con cara de aburrimiento y cansancio, hasta alguna celebridad de incógnito, se aglomeraban a la entrada de cualquier bar. Alfons evocaba a Gemma parte de la conversación que sostuvo con sus colegas, mientras ella suspiraba por llegar a su casa lo antes posible.
Camino a casa, la nueva colosal construcción de Gloríes regía el horizonte que, acompañada de los picos y agujas neo barrocas de la Sagrada Familia, enmarcaba las luces lejanas de algún buque mercante mar adentro. Se sentían reconfortados en la comodidad de su casa, lejos del bullicio y caos de la noche, en especial ésta, que pasada por litros de agua había desconfigurado en gran parte el normal curso de los sistemas de transporte. No quedando totalmente satisfecho o como si de un impulso inconsciente se tratase, Alfons se encontraba en la cocina buscando algo de comer tras la puerta abierta de la nevera. –No seas ansioso y vete a dormir –exhaló Gemma con un bostezo que se le escapaba.

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