viernes, 11 de diciembre de 2009

Actividades y lugares de la noche

Poner los pies sobre la tierra y caminar en la arena caliente de Barcelona era en lo único que pensaba intranquilamente Allan, mientras veía como finalmente Susan y sus amigos de universidad dormían. Habían hecho todo el ruido y bullicio por sus vacaciones al Mediterráneo, no sin antes molestar a media cabina de pasajeros y toda la tripulación. Habían pasado casi cuatro horas tras salir de Glasgow, donde la temperatura todavía no despegaba más allá de los 10 grados centígrados en pleno mes de abril. Al aterrizar, lo recibió una bofetada de aire caliente que le puso de nuevo una sonrisa en su ruborizado rostro anglosajón.
La humedad del ambiente hacía que los cristales en las ventanas del taxi que los desplazaba al hotel se empañase debido al contraste entre el aire acondicionado del interior y el sofocante calor de una típica noche en la costa mediterránea. Sin perder ni un minuto, Allan consiguió fuerzas suficientes para sacar del letargo a sus amigos y arrastrarlos a la puerta del hotel con la sola intención de calmar su ansiedad por una cerveza bien fría. Caminaron solo dos manzanas para encontrarse con una imagen que nunca podría borrarse de su retina: una calle atestada de personas que parecían moverse a otro ritmo, como si el tiempo se hubiese detenido, y algo más fuerte que ellos les arrastrase a unirse a ellos. Era un espectáculo poco comparable con las largas jornadas que soportaba cuando iba al estadio de fútbol, donde se aglomeraban bajo las inclemencias más atroces del clima, aficionados que cantaban al unísono himnos y arengas propias del deporte.Pasadas una hora y media volvía a encontrarse desubicado entre la multitud, caminando con un ritmo desigual pero más feliz, ahora que empezaba a darse cuenta de que aquel lugar mágico que lo recibía adoptaba una actitud regocijadora. La estatua de Colón se erigía como un gran coloso que señalaba al horizonte, como indicándole el camino que debía emprender desde ese día en adelante. Sin mucho esfuerzo, terminaron él y sus amigos en el paseo marítimo donde habían llegado dejándose llevar por el oleaje de la gente como una corriente que los arrastraba. Sabían que más allá de las luces armoniosas de los edificios y las calles estrechas de la Barceloneta encontrarían el tesoro que tanto anhelaban, y no fueron defraudados. El sonido del mar Mediterráneo reventando sobre la arena de la playa les hizo pasar momentáneamente de su embriaguez y se sentaron en una banca a disfrutar como la brisa les golpeaba. El paisaje imponente de dos inmensas torres enmarcando la entrada a un mundo surreal donde pensaban todo era posible, sólo fue superado por la extraordinaria postal de la iglesia de la Sagrada Familia iluminada como una esfinge en medio del desierto. Susan estaba más impactada por la amabilidad con que desconocidos se le acercaban a invitarla a entrar a algún bar, sin darse cuenta de que era presa del trabajo de algún impulsador. –Entremos a este! –gritó con su inglés casi irreconocible para cualquier mortal de la Europa mediterránea.
Pasadas las tres de la mañana, el combo escocés trataba de coger algún tipo de transporte que les acercara al hotel, mientras algunos manipulaban dificultosamente un mapa de la ciudad marcando los lugares que habían visitado. Allan se empeñaba en buscar un lugar donde comer pues la ínfima comida del avión parecía haberse evaporado de su estómago. Era solo la primera noche y le esperaba una larga jornada de caminatas por las calles de la ciudad que hasta este momento parecía darle la bienvenida de vuelta, como si fuera un ciudadano más y hubiese venido muchas veces. En sus sueños, siempre había sido así. Se acostó recordando que a la mañana siguiente alguien pudiese darle indicaciones precisas para poder moverse con facilidad, pues el conserje del hotel, que dormía con los ojos abiertos en la silla del mostrador, no supo traducir satisfactoriamente los panfletos de las diferentes atracciones turísticas de Barcelona. Su estómago le decía que era hora de un bocadillo, pero la fiesta parecía apenas empezar escuchando la música y el barullo que provenía de sus amigos en la habitación de al lado. Al parecer, la siesta que habían tomado en el avión les habría recobrado las fuerzas para seguir hasta cualquier hora. –Si no puedes contra el enemigo, únete a él –pensó, mientras se tomaba un chupito de tequila caliente.

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