lunes, 14 de diciembre de 2009

De vuelta a casa

Una mujer daba vueltas sobre su eje propio eje, inquieta, como esperando que el largo y oscuro túnel le trajese algo más que el rechinante ruido de los metales que hacen las ruedas del metro al frenar en la estación de Paseo de Gracia. Muchos pasajeros se amontonaban tras la línea amarilla de la acera impacientes sin saber lo que el clima les tenía preparado diez metros por encima de sus cabezas. Jorge era de los que siempre había preferido la rapidez y eficacia de este tipo de sistema de transporte que no se regía por el insoportable estado del tráfico, en especial durante las festividades de fin de año, no solo porque toda la ciudad parecía ponerse de acuerdo por estar fuera, sino también porque era normal que ocurriese algún desastre atmosférico. Esta no parecía ser la excepción. Durante todo el día, Barcelona era azotada por un temporal no vivido desde hacía muchos años y todo el mundo buscaba en las catacumbas, su metro cuadrado de refugio. Tras treinta y cinco minutos de espera, una voz anunciaba la suspensión temporal del servicio enviando a la muchedumbre a buscar formas alternas de movilización.
Entraba una suave brisa por el corredor principal antes de ascender por la escalera eléctrica. Jorge se alegraba de estar en esta ciudad, donde hasta un 22 de diciembre todavía es posible caminar por las calles con apenas una chaqueta delgada. La imagen del exterior era como un espejismo, al ver como se podía prácticamente nadar alrededor de la plaza Cataluña. Pensó de repente que era mejor tratar de encontrar la forma de volver a casa, pero las ansias por un eventual reencuentro con sus amigos de la banda eran más fuertes tras la discusión con uno de ellos por unos malos tragos después del último concierto la semana pasada. Tenía la esperanza de que todo volviera a ser como antes, sabiendo que ya eran más de cuatro años los que llevaban tocando juntos y el sueño de un álbum debut estaba solo a un paso de distancia.
Bajo la implacable fuerza con que sentían caer la lluvia que les empapaba sus largas melenas, caminaron todos juntos hasta los confines del barrio gótico donde frecuentaban el bar en el que trabajaba su amiga Valeria. Al llegar Jorge no logró contener una ligera expresión nostálgica y serena; sabía que eran bien recibidos y la primera ronda de cervezas siempre corría por cuenta de la casa.
-Colegas-, interrumpió Martín empuñando una botella en alto, -la fiesta sigue donde Marc y Valeria!– gritó a sus amigos mientras daba un pequeño guiño. No se percataba Jorge de la hora de entrada ni menos de la de salida, lo único que le importaba esa noche era seguir disfrutando del festejo sin que la severidad del clima exterior le arruinara el momento. A pesar de todo, la ciudad tenía un aire de grandeza después de haber sido limpiada literalmente por la lluvia que permitía una percepción diáfana de las calles y sus construcciones, resaltadas por la meticulosa iluminación que reforzaba el carácter y la esencia del centro de Barcelona como núcleo vital del devenir de sus moradores y visitantes. Caminaron deliberadamente por las callejuelas viendo como se vaciaban todos los bares y restaurantes en una mezcla de colores y acentos únicamente perceptibles en estos horarios y realzados por los incontenibles efectos del licor. A Jorge le parecía gracioso la manera en que la raza humana se enfrenta a las normas que rigen el universo y en lugar de apagarse como lo hace la noche, se esfuerza por hacerla más larga, más trascendente. –Es un fenómeno inverso a la naturaleza-, pensaba, mientras le daba un sorbo a la cerveza que acababa de comprar a un sujeto de apariencia inmóvil, casi transparente, como si fuese parte del suelo. A su lado, Martín, Valeria y Sofía caminaban mientras entonaban las canciones de su artista preferido, inconscientes de los cambios que parecía tener el mundo a su alrededor.
La culminación de la noche traía consigo notables mutaciones en el paisaje urbano. La oferta lúdica parece decrecer a medida que aumenta la de movilidad: el metro volvía a funcionar después de la suspensión espontánea a causa de los estragos dejados por las condiciones desfavorables del tiempo y las largas colas para conseguir el último taxi eran insufribles. Notaba además un cierto cambio en los recorridos, semejando corrientes marinas que los arrastran a la orilla sanos y salvos, la hora de dormir era inevitable. Había que preparar la ciudad para recibir a nuevos transeúntes más apurados, más serios, más ocupados, que ni se dan cuenta, en muchos casos, de que la ciudad existe. Volver a empezar el diario ritual de la sociedad democráticamente capitalista y así esperar la noche para olvidarse del nombrado ritual voluntariamente. Es el constante dilema del progreso a cambio de un par de horas de diversión nocturna.
La cantidad de vendedores de cerveza y demás iba en aumento al acercarse a la plaza Cataluña, donde debían encontrar algún medio de transporte. En su camino Jorge veía encantado esa transformación mientras a su derecha e izquierda iba siendo alegremente atacado por esta nueva oferta de bebidas que le invitaban a continuar involuntariamente a un interminable camino hacia la luz del nuevo sol de la mañana. Parecían como un gran bosque, como pegados al suelo, le acompañaban al ritmo de sus pasos cada vez más difíciles y pesados a causa del cansancio y los litros del embriagante elíxir consumido. No importaba la hora, ni menos el lugar porque parecían que no estaban dispuestos a ceder su repetitiva frase de "cerveza a un euro, amigo", como si la existencia de la humanidad en la tierra se basara en ese preciso momento, esa única experiencia, esa particular afirmación y se pudiese pagar solo un euro para frenar la afanosa estrella matinal que nos alumbra, existencia que parece enfatizada solo cuando disfrutamos de su ausencia.
Ponía Jorge finalmente su cabeza en la almohada de su cama, y no dejaba de pensar en aquellos sujetos que amablemente le servían de compañía mientras moneda tras moneda, iban saciando y alargando su recorrido hacia el merecido descanso. Una última reflexión le llevaba profundamente hacia la oscuridad de sus sueños y reconfortado, sentía que con ese pensamiento había hecho su buena labor del día, al margen de los acontecimientos y de sus preocupaciones por colegas de banda y de vida: -si por mi fuera, les arreglaría un chiringuito a esos tíos para que pudieran vender en paz-.

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